Imagínese un mundo sin emociones sin tristeza, dolor, fustración, gozo, risa ni entusiasmo. La vida sería monótona e insípida. Dios tenía algo bueno en mente cuando nos creó, El desea que sintamos, que disfrutemos, que usemos al máximo todo lo que ha puesto en nosotros. Por esto la autora nos lleva a reflexionar sobre cómo emplear las emociones para llegar a ser una fuente positiva de vida vibrante y como evitar que ellas se conviertan en elemento destructivo en nuestras vidas.